lunes, mayo 25

Crónica de una muerte anunciada

Nacional venció 3 goles a 2 a Peñarol por el torneo clausura, en un clásico donde reinó el buen fútbol, los goleadores innatos y el ambiente familiar en las tribunas.

Desde tempranas horas del domingo un helicóptero de la Fuerza Aérea sobrevoló Montevideo vigilando posibles desmanes en la capital y haciendo que José Mujica no quiera salir ni a visitar a Danilo Astori, dado que cada vez que sobrevuela nuestro cielo uno de estos ruidosos aparatos, lo remite a su época tupamara y no hay “Dios” que lo saque de la casa.

Lentamente se acercaban al Estadio Centenario hinchas de Nacional, Peñarol, Aguada, 25 de Agosto, Cordón, Capitol y hasta del Alas Rojas de Santa Lucía, al encuentro entre los dos primeros. Lamentables sucesos de violencia anteriores hicieron que la policía disponga una “zona de exclusión”. La misma era una larga cinta, de las que se usan en las colas de los bancos, que separaba cual rebaño a los populares hinchas que querían “hacer de las suyas” en el estadio. En la puerta de las tribunas, señores altos de traje negro y que hablaban por un auricular, los esperaban a la voz de: “vos sí, vos no, vos tampoco, vos sí, pero tu amigo no”. La regla era clara: no se podía entrar de championes, de gorra, borracho, y si se era feo.

Algunos resaltan que Peñarol perdió porque no tenía gente en la “caterva” dadas estas medidas de seguridad. 6 hinchas acompañaron al carbonero desde la tribuna Amsterdam, lo que hizo que el equipo no se sienta apoyado anímicamente, salvo a la salida del estadio, donde cánticos a favor de la plantilla y su director técnico llenaron de poesía las inmediaciones del Parque Jorge Batlle.

Ya desde el inicio del clásico, se dejaba entrever que el partido sería de una gran factura técnica; un “dedazo” de Darío Rodríguez para salir, de manera imprevista por la banda izquierda, fue a parar al talud de la Olímpica, siendo la carta de presentación de un partido memorable.

Luego de pasado el cuarto de hora, el “grillito” Biscayzacú cabeceó en el área chica de Peñarol, y más solo que un abstemio en una convención del Herrerismo. El delantero que brilló en México, ahora lo hacía pero por el extremo sudor que expedía su frente, dado un excesivo “kilaje” en el jugador de pequeña complexión. Pero ese paupérrimo estado físico no impidió que convirtiera una tripleta histórica en los clásicos del fútbol uruguayo.
Otro gordo que fue figura fue Antonio Pacheco, el que con dos golazos nos hizo acordar a la mejor época de Pablo Bengoechea, al cual se lo pudo ver muy bien acompañado de sus “nenas” en la Platea América, aquellas pequeñas niñas que entraban de la mano con el “profesor” y que ahora tienen más fuerza que una Agua Salus natural.

En lo que respecta a lo más interesante que puede surgir de un clásico uruguayo, las tarjetas rojas, fueron de una por bando. Por Nacional O J Morales, que le pegó a Gerardo Alcoba un “patadón bien dado” según los analistas del fútbol. Alcoba reaccionó, pero su compañero, Maximiliano Baxter lo frenó inmediatamente recordándole que esa noche tienen Mariachi y que hay que cuidarse la cara. Por el lado de Peñarol, Carlos Bueno fue expulsado al comenzar una trifulca consigo mismo en el área rival, luego que se pegara con la pierna izquierda en la canilla derecha. “Realmente era para expulsión”, comentó Jorge Da Silveira a su alter ego Julio Ríos en la transmisión de la Sport890.

Para finalizar con “broche de oro” Darío Rodríguez, en previo acuerdo con la AUF, y segundos antes que termine el partido, hace una recreación junto al delantero tricolor Nicolás Lodeiro de lo que no se debe hacer en una cancha de fútbol para ayudar a enfrentar la violencia. Es así como tatuó con su pie derecho en la pierna de Lodeiro un recordatorio de este momento histórico para el fútbol uruguayo, para Peñarol y para la familia Ribas.

1 comentarios:

miguel dijo...

ribas no se va y ribas no se no se va y ribas no se va...

Publicar un comentario

Comentar es parte de la comunidad, y además nos hace saber que pensás de nosotros.

Sentíte libre, acá no borramos a nadie.